Ronald Weinland

LA VERDADERA COMUNIÓN – 13° PARTE

No llamados, pero Santificados: En la última entrada hemos hablado del hecho de que la santificación no significa que el cónyuge no creyente, o los hijos no creyentes, están siendo llamados por Dios debido a que están “santificados”.

Hay una santificación que le permite a uno entrar en la presencia de Dios en un “plano físico”, como con el antiguo Israel; y hay una santificación que le permite a uno tener comunión espiritual con Dios. Y esta última requiere un llamado de Dios.

Esto ha sido abordado y afirmado, de esta manera específica, para ayudar a aclarar algunos de los “procesos” a través de los cuales Dios ha trabajado en la Iglesia; y también cómo algunos aspectos de este mismo proceso serán aplicados en el futuro. Visto que este tema se sigue desarrollando, es bueno recordar que Dios no le debe a nadie el engendramiento de Su espíritu. Aunque la voluntad y el deseo de Dios es que todos puedan “recibir” Su favor, y que puedan llegar a ser parte de Su Familia, el hecho es que esto nos lleva de vuelta al factor que determina este resultado; recibir o no, cuando esto es ofrecido a uno, es una decisión personal.

Cuando consideramos la situación en una familia donde sólo uno de los cónyuges ha sido llamado por Dios, podemos aprender mucho acerca del proceso que Dios usa para trabajar con aquellos a quien Él permite formar parte del entorno de la Iglesia. Algunas de las cosas que estamos hablando aquí no serían entendidas plenamente si hubiesen sido dadas durante cualquiera de las siete Eras de la Iglesia. Es por eso que Dios nos está revelando esto ahora, cuando estamos en este período de transición entre el sellado completo de los 144.000 y su resurrección a la vida espiritual en Dios, cuando Cristo regrese. Como resultado de esto, ahora podemos mirar hacia atrás y ver más fácilmente todo lo que Dios ha creado hasta ahora, en relación a Su Familia. Podemos ver con más claridad cómo Él ha trabajado en la Iglesia en los últimos 2.000 años, y por qué Él lo ha hecho cómo lo ha hecho. Estas cosas nos están siendo reveladas ahora porque este mismo proceso será utilizado durante todo el Milenio.

Antes de examinar esto más de cerca, sería conveniente centrarnos primero en las creencias que la Iglesia tenía antes sobre el tema de la santificación de un cónyuge no creyente. Porque lo que se creía antes sobre dicha santificación era que esa persona (un cónyuge no creyente que era santificado) podía elegir ser llamado. Pero estábamos equivocados. ¡Ellos no pueden elegir esto! Esta forma de pensar ha influido, e influye, en las actitudes, los juicios, y las “expectativas” (en el trato y la aceptación) hacia estas personas. La idea de que un cónyuge no creyente, o que los hijos no creyentes, debido a la santificación, son capaces de “ver” la verdad en un plano espiritual con sólo simplemente optar por escuchar o leer esto no es cierta; y tal juicio hacia ellos tampoco es correcto, o incluso justo.

Antes de empezar a abordar este tema de la santificación de un cónyuge incrédulo, hemos hecho una clasificación de tres grupos específicos que incluyen aquellos que “no han sido llamados” (1a, 1b, y 1c). Y ahora vamos añadir un cuarto grupo, que se clasifica como 1d. Este grupo es formado por aquellos “que han sido santificados y que no están en contra de Dios”. Los cuatro son grupos separados y distintos, y cada uno debe ser entendido cómo lo que es, cuando se trata de juzgar con justo juicio.

En cuanto a este cuarto grupo, es muy importante también hacer una distinción entre “los que están en contra de Dios”, y “los que han sido santificados y que no están en contra de Dios”. Y la razón para esto es porque debemos entender que cualquiera que esté “en contra de Dios” no puede ser santificado para poder entrar en la presencia de Dios mientras esté en este estado. Esto significa que si solamente uno de los cónyuges ha sido llamado, y ha sido bautizado en la Iglesia, el otro cónyuge no creyente y los hijos sólo pueden ser santificados si no están en contra de Dios.

Además, si el cónyuge y/o los hijos incrédulos ha sido santificados, y luego, en algún momento, se vuelven en contra de Dios, entonces ellos dejan de estar santificados y purificados para estar en la presencia de Dios, y en el entorno de la Iglesia. Es necesario enfatizar que ellos entonces simplemente están en la misma categoría de aquellos que “no han sido llamados” por Dios y que “están en contra de Dios” (1c). Es importante entender que estas personas deben ser vistas y juzgadas como aquellos que están “en contra de Dios”, cuyo grupo y sus características ya hemos explicado ampliamente antes.

Todo lo que hasta ahora ha sido abordado en relación con los cuatro grupos (1a, b, c, y d) debería darnos más visión y discernimiento para juzgar a los que no han sido llamados por Dios.

Es algo de veras impresionante poder entender lo que Dios dice acerca de quienes son los que pueden ser santificados para poder estar en Su presencia. En la entrada anterior hemos hablado de Hebreos 9:13-14, donde Dios nos muestra que la santificación para la purificación del cónyuge, o de los hijos de uno, (para estar en la presencia de Dios en un plano físico) no es por la aspersión de las cenizas de la becerra, pero por la vida de Dios y de Cristo que habita “en” el cónyuge creyente, que ha sido santificado para estar en la presencia de Dios en un plano espiritual.

El Efecto de la Santificación
Hay que decir ahora que los hijos de ambos padres creyentes (engendrados de Dios por medio del sacrificio de Cristo) también son santificados de la misma forma que cuando solamente uno de los padres está “en” la Iglesia de Dios. Esto también significa que Dios no está obligado a llamarles, pero que Dios puede hacerlo, si esta es Su voluntad.

Lo cierto es que el cónyuge y los hijos son santificados y purificados para poder entrar en la presencia de Dios en un plano físico, como con el antiguo Israel; pero con el potencial de recibir bendiciones mucho mayores. Estas personas pueden asistir a los servicios del Sabbat (semanales y anuales, pero nunca el servicio del Pésaj), y participar de otras ocasiones en las que los miembros de la Iglesia se reúnen. Ellos siempre son bienvenidos, si están santificados.

El propósito de Dios en la formación, en el moldeo, y en la transformación de un cónyuge creyente puede incluir factores determinantes sobre el “cuando” el cónyuge no creyente podría ser llamado. Tales cosas tienen que ver con el llamado personal de Dios, en el tiempo de Dios, y según el propósito de Dios. Además, la actitud y la respuesta del cónyuge y/o los hijos que son santificados a lo que ellos pueden ver, a través del conocimiento físico (como con los hijos de Israel), también pueden influir en la respuesta de Dios, y la gracia que Dios puede concederlos (mediante un llamado).

Es por eso que Pablo nos explica la importancia del “ejemplo” del cónyuge que es llamado, de vivir fielmente el camino de Dios. Ese ejemplo y el amor (ágape – el verdadero amor, generoso y abnegado) que ellos aprenden a vivir hacia los demás, incluyendo el ejemplo de los que están en la Iglesia, que deberían estar haciendo lo mismo, puede tener una fuerte influencia sobre la respuesta del cónyuge no creyente (pero santificado) a Dios y a la Iglesia. Sin embargo, el “llamado” de uno siempre es de acuerdo con el propósito de Dios. En algunos casos, Dios puede optar por llamar a una persona, y en otros casos, por no llamar a esta persona en un determinado momento. Pero el “ejemplo” del cónyuge creyente y de la Iglesia siempre debe ser un ejemplo correcto; mismo que esto no tenga ningún impacto en la vida de un ser querido. Y esto sigue siendo una cuestión del llamado de Dios, y de Su propósito para la vida de una persona; y también del que Dios considere el mejor momento para concederles la salvación (un llamado).

“¿Cómo sabes tú, mujer, si acaso salvarás a tu esposo (como explicado antes sobre el ejemplo de uno, y el resultado que esto puede tener)? ¿O cómo sabes tú, hombre, si acaso salvarás a tu esposa?” (1 Corintios 7:16)

Todos los padres bautizados desean que su hijo (o hijos) reciba lo que Dios le ofrece: el conocimiento y la verdad (en un plano físico) de cómo vivir la vida, con la esperanza de que entonces optará por vivir de acuerdo con esas cosas. Son demasiados los factores que tienen una fuerte influencia sobre la respuesta de un hijo, o incluso sobre su capacidad para responder a la verdad, que está a su disposición a través de la santificación, para que los abordemos aquí; ni mismo brevemente. Su aprendizaje se limita principalmente a un plano físico, salvo que Dios le agracie con un conocimiento espiritual más profundo en algunas cosas (debido a Su propósito para la vida del individuo). Por lo tanto, las diferentes circunstancias, tales como el propósito de Dios, la edad de un hijo, o de los hijos, en el momento en que uno de los padres, o ambos padres, son llamados, la influencia de los amigos, un cónyuge no creyente (si ese fuera el caso), la actitud y la respuesta a la Iglesia, las cosas que han heredado y aprendido, los ejemplos de los padres y de la Iglesia, etc., determinan la extensa variedad de posibles reacciones de los hijos de uno.

Aunque la santificación del antiguo Israel y la santificación del cónyuge o de los hijos de uno tengan ambas como propósito que una persona pueda presentarse ante Dios en un plano físico, hay una gran diferencia entre las dos. Esta diferencia tiene que ver con el nivel (profundidad) del conocimiento que Dios ha concedido a los que son santificados para Él, para Su Hijo, y para Su Iglesia. Ellos no solamente pueden obtener mucho más conocimiento en un plano físico, sino también mucho más comprensión. Esto es el resultado de la revelación progresiva de Dios acerca de Sí mismo y acerca de Su propósito para la humanidad, desde los tiempos del antiguo Israel. Con sólo mirar el desarrollo de la Historia Bíblica, y los muchos libros que han sido añadidos a la Biblia, sobre todo en los escritos del Nuevo Testamento, se puede ver el sorprendente incremento de las posibilidades de se obtener mucho mayor conocimiento y comprensión.

Tal magnitud del conocimiento y de la comprensión que es dada en la Iglesia es sorprendentemente poderosa, porque la Iglesia tiene la “verdad” sobre tales cosas, mientras que el mundo no la tiene. Son principalmente los niños que han sido santificados que pueden ser moldeados por tal verdad en un plano físico. Cuanto más joven un niño empieza a tener una experiencia de este tipo, y cuanto más larga su exposición a un ambiente positivo y verdadero, mayor es la posibilidad de que este niño tome decisiones correctas cuando llegue a la edad adulta. Aunque eso no signifique que lo hará. Todo esto es mucho más de lo que los antiguos israelitas tenían.

Sería bueno mencionar ahora que en los últimos años Dios ha hecho evidente que Él ha dado a los niños un mayor conocimiento y una mayor capacidad para entender en un plano espiritual que en tiempos pasados. Esto tiene que ver con la ventaja que ahora está siendo dada a muchos de ellos, porque ellos tendrán la oportunidad de ser la primera generación que vivirá en el Milenio .

También debería ser evidente que una exposición más concreta y más larga (a la verdad), combinada con una positiva y voluntaria respuesta de los niños, tienen influencia en cómo Dios les recibe (con el propósito de ofrecerles un llamado), una vez que llegan a una edad madura, y puedan elegir por sí mismos por el camino de vida de Dios. La voluntad de Dios es trabajar en las familias, y concederles (principalmente a los niños) el favor (la gracia), si ellos reaccionan de buena manera a Dios y a Su Iglesia, y si el padre que es llamado sigue fiel a Dios.

Los 144.000
Después de haber abordado algunos de los diferentes aspectos de la santificación, ahora es necesario considerar el pasado, para poder entender mejor el propósito de Dios para aquellos a quienes Él ha estado llamando a la Iglesia desde que ella ha sido fundada. Primeramente Dios ha estado llamando a los que Él ha elegido para enseñar, entrenar, moldear, y transformar, en la creación de los 144.000 que serán resucitados en Su Familia. Ellos constituirán el número completo y perfecto de seres espirituales que forman el gobierno de Dios, para servir con Cristo en Su regreso.

Pero no todos los que han sido llamados a tener una relación espiritual con Dios, y que han sido engendrados por Su espíritu santo en los últimos 2.000 años, han sido llamados a ese propósito específico (ser parte de los 144.000). Y la mayor evidencia de esto se encuentra en la historia reciente de la Iglesia. De las muchas decenas de miles de personas que han sido “llamadas” en las Eras de Filadelfia y de Laodicea, el propósito de Dios era que solamente un remanente muy pequeño fuese despertado espiritualmente después de la Apostasía. Entonces, de ese pequeño remanente que ha sido despertado, sólo una fracción de ellos ha recibido el sello de Dios completando el número muy pequeño de los que aún deberían ser añadidos, para completar el total de los 144.000.

Es increíble que el propósito de Dios siempre haya sido que la gran mayoría (63.000) de los que han sido llamados durante las Eras de Filadelfia y de Laodicea, y que todavía están vivos al final de esta era, (poco antes de la venida de Cristo), sea despertada espiritualmente del sueño que se siguió a la Apostasía. El propósito de esto es que ellos puedan formar parte de la base a partir de la cual la Iglesia seguirá existiendo al comienzo del Milenio (Apocalipsis 11:13).

Dios también ha predeterminado que 7.000 de ellos (el diez por ciento de un total de 70.000) no vivirán en esa nueva era, pero morirán y serán resucitados en los últimos 100 años. Muchas de estas personas son los ministros, y también otros líderes o personas influyentes de esas dos Eras. La razón para esto es que a estos individuos les ha sido imputada una mayor responsabilidad por sus acciones en el período de tiempo justo antes y después de la Apostasía. Estas personas no podrán entrar ahora en la “tierra prometida” (el Milenio), pero tendrán que esperar hasta el período del Gran Trono Blanco.

Todo esto revela claramente que 70.000 de los aproximadamente 96.000 que eran miembros bautizados en el momento de la Apostasía nunca fueron llamados con el propósito de formar parte de los 144.000. Ellos han sido llamados, en su mayoría, para estar entre los que vivirían (físicamente) en el periodo del reinado de Cristo, con el fin de formar parte de la base de la Iglesia del Milenio en ese momento. Sin embargo, algunas de estas personas han pasado por pruebas y sufrimientos (especialmente justo antes y después de la apostasía) para poner de manifiesto su respuesta (las decisiones que tomarían, libre e individualmente) con el fin de determinar si podrían estar entre los que serían “escogidos” y preparados para estar entre los primeros frutos.

Este grupo de 63.000 personas se encaja en el grupo mencionado anteriormente, categorizados como “los que han sido llamados” (2c). Estos son los que “se dispersaron después de la apostasía, pero no han sido excluidos formalmente de la comunión de la verdadera Iglesia de Dios”. Ellos han sido llamados y “elegidos” para vivir en el comienzo del reinado milenario de Jesús Cristo.

Ahora que ya hemos hablado de este “pequeño remanente” y de los 70.000 de la Apostasía, la pregunta que aún queda es: “¿Qué pasa con todos los demás (los casi 26.000) que también han sido parte de la Iglesia de Dios?” La respuesta a esta pregunta será dada después de un nuevo entendimiento que Dios nos está dando acerca del “cómo” y del “por qué” Él ha llamado a muchas personas a la Iglesia.

La primera fase del plan de salvación de Dios siempre ha sido preparar a Sus primeros frutos para reinar en Su Reino con Cristo, cuando Él venga. Durante los primeros 4.000 años Dios llamó y trabajó de forma más directa y minuciosa con los que formarían las principales partes de la estructura y de la organización de Su futura Familia gobernante, de los 144.000. En los casi 2.000 años después, un número mucho mayor de personas comenzó a ser llamado a Su Iglesia, con el fin de ser preparados para completar la mayor parte de estructura que aún quedaba de ese gobierno, que estaría completamente edificada y concluida justo antes del regreso de Jesús Cristo como Rey de todos los Reyes, en esta estructura de gobierno. Para lograr esto, Dios comenzó a llamar a “muchos”; y de estos muchos “algunos serían elegidos”, los pocos que Él “seleccionaría” para completar el número de los 144.000.

Y desde que la Iglesia ha sido fundada en el día de Pentecostés en el año 31 D.C., “muchos” han sido llamados; y de estos, “algunos” ahora son parte de los 144.000. Aunque hayan sido llamados, la mayoría de ellos no estaba destinada a formar parte de esta estructura de gobierno. Y son muchas las razones por las que “muchos” han sido llamados. La primera razón, y la más importante, era facilitar un entorno en el cual unas pocas partes serían buenas y muchas otras malas, para que se pudiera enseñar mejor, y poner a prueba a un “selecto grupo”, a través de experiencias reales en la vida. Y esas experiencias trabajarían para moldearlos y prepararlos para gobernar en el Reino de Dios.

La mente no se convierte y no es transformada con simplemente recibir instrucción, y luego cada vez más conocimiento. El conocimiento dado por Dios, junto con la capacidad para entenderlo, queda más firmemente establecido en la mente gracias a las decisiones que uno debe tomar, y los juicios que uno debe hacer, con base en las convicciones personales que son formadas como resultado de las experiencias difíciles de la vida. Tales experiencias están diseñadas para producir reacciones (y si éstas son buenas o malas depende de la libre elección de cada uno) que definen a un individuo. Estas son experiencias que requieren juicio y reacción de una persona, y que no pueden ser simplemente ignoradas (pero esto igualmente es una cuestión de elección). Cuando uno se somete al espíritu santo de Dios, este proceso de “experimentar realmente” el conocimiento y la verdad que Dios ha dado aumenta la certeza de uno acerca de los caminos de Dios; y luego trabaja para transformar de veras a la mente.

No es un Ambiente de Paz
En la Iglesia, Dios creó una amplia y variada escala de circunstancias a ser experimentadas; en las que Sus “electos” (los 144.000) podrían ser transformados y preparados (moldeados) para formar parte de Su Familia gobernante. Este no iba a ser un ambiente de paz y tranquilidad en el mundo; y tampoco en la Iglesia. Los que están en la Iglesia de Dios pueden tener paz real, pero esto es porque ellos están en Dios y en Cristo; esta paz viene de vivir en unidad con Dios mediante la confianza y la fe en el plan y propósito que Él está realizando en uno. Se trata de una paz “espiritual” que ellos pueden tener en su mente y en las relaciones entre sí; es el consuelo y la confianza de que Dios obra en ellos y en la Iglesia.

Sin embargo, Cristo dejó claro, como ya hemos visto en lo que Él dijo, que no somos llamados a tener la paz “en el mundo”, y esto incluye no tener paz en muchas de las relaciones en la Iglesia . Es muy importante comprender el significado de lo que Cristo dijo acerca de muchas de nuestras relaciones, porque “pocos” han sobrevivido a esta parte del proceso que ha “obrado” en su llamado.

Los “muchos” que han sucumbido a la poderosa fuerza atractiva de las relaciones desequilibradas, inadecuadas, contradictorias, y/o impropias, han sido llevados a tomar decisiones equivocadas. Esto es algo que puede ser presenciado y/o experimentado tanto dentro como fuera de la Iglesia, y que puede ayudar a producir una certeza y una transformación más profundas “en los que se someten” a lo que Dios está haciendo en ellos. Los que hacen elecciones equivocadas al ser testigos de estas cosas, o al experimentar estas cosas, sin importar por qué han tomado esas decisiones erróneas, terminan no estando entre los que finalmente han sido “llamados y elegidos” por Dios para estar en Su gobierno.

“No penséis que he venido para traer paz a la tierra: no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner enemistad (no estar de acuerdo o en armonía debido a la verdad – estar el uno contra el otro debido a la verdad) entre el hombre y su padre, entre la hija y su madre, y entre la nuera y su suegra. Y los enemigos del hombre serán los de su casa (su familia). El que ama padre ó madre más que á Mí, no es digno de Mí (no es digno de tener comunión con Dios y con Cristo); y el que ama hijo ó hija más que á Mí, no es digno de Mí.” (Mateo 10:34-37).

La enemistad, el desacuerdo y la oposición siempre se presentan al principio, en las relaciones más cercanas, cuando una persona es llamada a la verdad de Dios – cuando es llamada a la Iglesia. Es en tales momentos que “muchos” son puestos a prueba, para ver si van o no poner a Dios como lo primero en su vida. Esta enemistad, este desacuerdo, y esta oposición no se presentan sólo al comienzo en las relaciones familiares (con los que no son llamados), y otras relaciones cercanas, pero con el tiempo, lo mismo será usado para poner a prueba a estos “muchos”, porque esto también ocurre en las relaciones dentro de la propia Iglesia. Muy a menudo las personas no dejan claro a los demás que ellas se mantienen firmes en su decisión de poner a Dios en primer lugar en su vida. A cambio, lo que hacen es no ser sinceras con los miembros de la Iglesia, inventando varias excusas para no estar más tiempo con ellos, y así apaciguar a otros. Y tampoco son sinceras en su relación con la persona que está descontenta (a causa de la relación que ellas tienen con la Iglesia). Y muy a menudo se complican la vida al ceder a las exigencias, amenazas, etc.. La falta de sinceridad no es de Dios. Este es un espíritu de mentira.

Dios nos ha dado la analogía de la siembra y de la cosecha para ayudarnos a entender mejor la necesidad de que existan estas circunstancias “adversas” en la Iglesia, permitiendo así el crecimiento espiritual de los primeros frutos. Este proceso permite que las plantas crezcan y que produzcan en diferentes niveles de rendimiento (frutos/granos). La parábola del sembrador (Mateo 13:18-23, Marcos 4:14-20, y Lucas 8:4-15), y la parábola de la cizaña (Mateo 13:24-30, 36-43) revelan mucho acerca de este proceso. En lugar de citar aquí todo lo que está escrito acerca de estas dos parábolas, vamos a hacer una comparación simple y resumida, para explicar este proceso de que “muchos” son llamados, pero “pocos” son elegidos. Todo esto es en el contexto de aquellos que Dios ha llamado con el potencial de ser parte de los primeros frutos (los 144.000).

En la parábola del sembrador, la semilla es sembrada. Algunas semillas caen junto al camino, algunas entre las piedras, y otras entre los espinos, que al crecer junto con la semilla la ahogan. Esto ilustra al mundo y al efecto del mundo durante los últimos 6.000 años. Este es un mundo lleno de hostilidad para con Dios, para con Su Hijo, para con Su Iglesia, y para con Su palabra. En el Milenio y el Gran Trono Blanco no existirán tales condiciones, como la falta de buena tierra en la que plantar la semilla. La mayor parte de lo que se describe como un obstáculo para el crecimiento y para el rendimiento viene de Satanás (y de sus demonios), o es el producto de aquello que Satanás ha hecho en el mundo, que es un directo obstáculo para que la palabra y el espíritu de Dios produzcan el crecimiento.

Dios sabe, y siempre ha sabido, donde se siembra la semilla. Para poder hacer parte del gobierno de Dios en Su Reino (cuanto a la posición y colocación), los 144.000 han sido predeterminados y creados para ser moldeados y edificados (formados) en un entorno “hostil”. Gran parte de ese entorno es el simple resultado (efecto) de donde la semilla cayó. Y donde cayó es el resultado de la reacción – la libre elección – de aquellos a quienes Dios ha llamado. Aunque Dios sabía que el resultado de esta libre elección, después de un llamado, sería que sólo unos “pocos” serían elegidos para estar en Su gobierno (los 144.000), Él también ha proveído en un medio para “salvar el espíritu” de muchos de ellos, en un otro momento.

Nosotros entendemos que los ángeles y los hombres fueron creados con la “libre elección”, porque han sido creados como agentes morales libres. Sin embargo, para que un reino angélico muy fiel pudiese ser creado, Dios sabía que la “paz” tendría que ser sacrificada durante un largo período de tiempo. Desde el momento en que la “libre elección” resultó en la enemistad, la división y el desacuerdo con Dios, no ha existido “paz” en el reino angélico (y tampoco en la tierra). Y la paz no será totalmente restablecida hasta que Satanás y los demonios dejen de existir. Pero desde el momento en que la paz ha dejado de reinar hasta ahora, los ángeles que permanecieron fieles a Dios en todo lo que ellos han sido testigos durante milenios y milenios, se han fortalecido a lo largo de ese tiempo en su convicción acerca del gran poder y de la sabiduría de Dios, y de los justos caminos de Dios (que todos Sus perfectos caminos son correctos).

De una manera similar, con el propósito de crear un gobierno altamente capacitado y fuerte, con los 144.000 en el Reino de Dios, la paz no existiría en el mundo, en las familias, y en otras relaciones cercanas; e incluso dentro de la Iglesia. Y en lugar de ello habría mucha hostilidad. Y esta creación sólo es posible a través de este proceso; de los que están “sometiéndose fielmente” al poder del espíritu santo de Dios, dejando que el espíritu de Dios trabaje en ellos, aunque en entornos hostiles.

Los Muchos
Es importante saber que también hay “muchos” a quien Dios ha llamado, durante las siete Eras de la Iglesia (de entre todos los que han muerto antes de la venida de Cristo) que serán resucitados en el Gran Trono Blanco. Una gran parte de estas personas nunca fueron “llamadas” a formar parte de los 144.000. No obstante, muchos de ellos han sido llamados y después probados para ver como responderían a esto, (sus decisiones individuales y libres), con el fin de determinar si podrían estar entre los que serían elegidos y preparados para ser uno de los primeros frutos. Por lo que entendemos, todos los que son elegidos, los “pocos” (de los muchos que han sido llamados), han tenido que ser probados primero, antes de ser elegidos. Así que, todos los que no fueron llamados para el propósito específico de ser uno de los primeros frutos, y todos los que fueron llamados con el potencial de venir a ser uno de los primeros frutos, pero no fueron elegidos, son aquellos que cayeron junto al camino, sobre las piedras, o entre los espinos, y éstos les ahogaron. Todos ellos serán testigos (durante el período del Gran Trono Blanco) de las diferentes Eras de la Iglesia, y de las condiciones que habían en la Iglesia de Dios en esos momentos.

Del mismo modo que los que formarán parte del fundamento de la Iglesia al comienzo del Milenio, estas personas de las siete Eras, de entre los “muchos”, serán parte del fundamento de la Iglesia al comienzo del período de los últimos 100 años. Con todo lo que estas personas han presenciado en su vida, durante el período de tiempo que vivieron, junto con el conocimiento que han recibido en la Iglesia, ellas serán testigos, y serán parte, de una gran resurrección, y esto les llevará (en gran medida) al arrepentimiento profundo. Ellas tendrán una impresionante ventaja sobre los demás en el comienzo del período del Gran Trono Blanco, gracias a toda la verdad que han recibido y a las cosas de las que han sido testigos en la Iglesia. Ellas formarán parte de la base, junto con los que van a seguir viviendo en el final del Milenio y en esa era final, donde la salvación será ofrecida a la humanidad.

Una gran parte de los “muchos” que han sido llamados a lo largo del tiempo será resucitada físicamente, y espiritualmente despertada, al comienzo de los últimos 100 años. También hay una parte de los que han caído junto al camino, entre las piedras, o que han sido ahogados por los espinos, que se volvió contra Dios a tal punto, que sus mentes han quedado permanentemente fijadas contra Él. Estas personas estarán en la resurrección para el juicio, que sigue al período del Gran Trono Blanco.

A este grupo (aquellos cuyas mentes han quedado fijadas contra Dios) pertenecen “algunos” de los 26.000 que hemos mencionado antes, que estaban en la Iglesia de Dios Universal. Pero una parte aún mayor de ellos (de los 26.000) forman el grupo que se describe en la parábola de la cizaña.

En esta parábola se muestra cómo Satanás plantó semillas (cizaña) que no eran de la obra de Dios (no son llamados por Dios), pero Dios así lo permitió. Los que han sido llamados por Dios han sido probados no solamente en las relaciones con aquellos que han caído junto al camino, o entre las piedras, o entre los espinos, pero también en sus relaciones con personas que no eran verdaderos miembros – eran plantas de Satanás. De estas muchas personas, casi todas simplemente se marcharon de la Iglesia, o fueron excluidas de la comunión de la Iglesia, (aunque de todos modos nunca estuvieron en una verdadera comunión con Dios).

Aquellos cuyas mentes se han quedado fijadas contra Dios, y los que son la cizaña, forman ese número de 26.000 que han estado en la Iglesia de Dios, o que eran falsos miembros de la organización.

Como último comentario acerca de la cizaña, es necesario señalar que ellos se dividen en dos grupos principales de personas. Hubo quienes simplemente fueron engañados e influenciados por Satanás para simular una conversión; pero también había un grupo más siniestro, cuyas mentes han quedado establecidas “en contra de” Dios. Gran parte de esta cizaña, los que fueron engañados y falsamente influenciados, tendrán oportunidad de ser llamados por Dios en el periodo del Gran Trono Blanco, mientras que aquellos cuyas mentes han quedado establecidas en contra de Dios serán resucitados para el juicio después de esto.

(Seguiremos con la 14ª parte.)